Bienvenidos seais todos aquellos que entréis.

Hace más de un cuarto de siglo que iniciamos de la forma más humilde que supimos, este camino hacia el teatro. Lo cierto es, que a pesar de los años, en vez de buscar una forma más amable y menos laboriosa, para que el público nos conociese y aprobase, hemos seguido en continua lucha con él. Hemos seguido empecinados en encontrar una forma de vanguardia con la que afrontar este reto. Y así, fracaso tras fracaso volvemos de nuevo a empezar.
Es muy importante no dejar de fracasar en el arte. El éxito es demoledor si lo que buscas es crear caminos de expresión profundos o nuevos e insondados.
El éxito paraliza, desorienta, abotarga. El éxito confunde, acomoda, nos compra. El fracaso reafirma.

Hasta ahora, nunca hemos fracasado de cara al público, pero sí de cara a la sociedad, a las instituciones que regulan lo que está bien y lo que está mal, a los que dan trabajo y a los que condenan al olvido.
Como las compañías de antaño, hemos estado camuflando nuestros contenidos y nuestras formas, y disimulando el auténtico lenguaje subliminal de nuestras propuestas, hasta que al final, con este último montaje: ¡Cállate!, hemos dicho que ¡no!, que ya ¡basta!.
Y nos hemos enfrentado al amor tierno, limpio, sincero y emocionante, entre dos niños de ocho años, que tienen el valor de mirarse, de quererse y de tocarse, para descubrir sus genitales, con la pasión y el morbo que todos hemos sentido a escondidas a esa edad.
Y nos hemos encontrado que esto aterroriza. Lo curioso es que aterroriza menos a los mayores, que a los adultos jóvenes y progresistas, porque el amor de niño, es una carecían inaceptable, o al menos así lo sugerimos nosotros con este, nuestro mejor montaje.